Desde los albores de la Humanidad, han llegado hasta nuestros días evidencias de que el hombre ha procurado reponer sus piezas ausentes con «artefactos» que supusieran una mejor masticación y mejoraran su apariencia estética. Fue a partir del siglo XIX cuando se tuvieron en cuenta algunos criterios de funcionalidad importantes como las posición de la articulación de la mandíbula con el cráneo (ATM) y otros como el ajuste oclusal estable, es decir la relación correcta entre las dos arcadas dentarias.
Actualmente, existen diversos tipos de prótesis que cumplen todos estas premisas y que groseramente podemos dividir en fijas y removibles. Básicamente, las primeras se fijan a estucturas ancladas al hueso como las piezas dentarias remanentes o a implantes, no pudiéndose retirar por el paciente; las segundas se apoyan en la encía, presentando mayor facilidad de confección y menor coste, pero con los inconvenientes que ello supone.